EL NEGRO BENITO
Cuenta la leyenda que en los albores de la República, un día soleado, el Negro Benito, que era un esclavo liberto, vagaba por las calles de Guayaquil, saludando a los vecinos, y esperando que alguno lo llame para que ayude en cualquier tarea, lo que le aseguraría a él, la comida del día.
En esas andanzas, se encontró un bolsito con algunas monedas, que bien usadas podrían permitirle pasar unos dos meses “sin trabajar”.- Recogió el bolsito, lo guardó debajo de la camisa pero se sentía inquieto, en la Iglesia el padre les había dicho que había que respetar lo ajeno y ese bolsito probablemente pertenecía a alguien.- Se dio las vueltas, miraba a la gente, miraba por las ventanas para ver si a alguna persona daba muestras de que se le había perdido algo. Pero, no, nadie hacia ningún aspaviento.
Sin embargo, Benito seguía inquieto y decidió consultar al cura párroco para que le dijera qué hacer y así tranquilizar su conciencia.- El curita le dijo que, efectivamente, ese taleguito pertenecía a alguien así que, el domingo en Misa, él debía pregonar a todo el mundo, que había encontrado la bolsita con monedas y peguntar si les pertenecía.- Efectivamente, el Negro Benito fue el domingo a la Iglesia, y se paseó de arriba abajo, de banca en banca, murmurando bien bajito, entre sus dientes: -¿A quién se le ha perdido una bolsita con monedas? La gente lo miraba, no entendía nada y seguía en sus rezos.
Terminada la misa, Benito regresó donde el señor Cura y le dijo: -Padre, he preguntado a todo el mundo si se les había perdido una bolsita con monedas y nadie me ha dicho nada, nadie las ha reclamado. – ¿Qué debo hacer, padrecito? El curita aconsejó: -Mira Benito, vas a coger esas moneditas y vas a dividirlas en tres partes: una parte para los pobres; otra parte, para los necesitados; y, la tercera parte, es para ti, puesto que has sido un negro honrado.
Benito le besó la mano al cura y salió muy contento.- Cuando estuvo fuera de la Iglesia, decidió cumplir el compromiso y dividió las monedas en tres partes: -Esta parte, para los más pobres –dijo- y, como yo soy muy pobre, me corresponde. –Esta segunda parte, para los necesitados; como yo siempre ando con unas necesidades muy grandes, esta parte es para mí. Y, esta tercera parte, obedezco al señor cura y me la cojo yo.
Y así Benito, se fue feliz pues su conciencia estaba tranquila con el buen, generoso y justo reparto que había hecho de las monedas que encontró, siguiendo las instrucciones del señor cura.