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MARÍA ANGULA – Cecilia Calderón
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MARÍA ANGULA

MARÍA ANGULA

¿¡QUIÉN DE NIÑO O NIÑA NO SE ASUSTÓ TERRIBLEMENTE CON EL CUENTO DE MARÍA ANGULA?   ¡NO SE LES PUSIERON LOS PELOS DE PUNTA Y EL MIEDO CORRÍA POR TODA LA PIEL CUANDO, A OSCURAS, LES CONTABAN LA LEYENDA?   A cuidarse que el muerto se los puede llevar…. Tápense los pies porque de los tobillos es que halan los muertos!!

Decían los más viejos que allá en su pueblo, vivía una chica joven, que en lugar de aprender a lavar, a planchar, a cocinar, a coser, a remendar, a limpiar, andaba chivateando con los muchachos y despreocupadamente se divertía subiéndose a los árboles, nadando en el río, armando cometas.

María Angula se enamoró y se casó, como todas las jovencitas en aquella lejana época.  María Angula no quería que su marido supiera que ella no sabía cocinar nada de nada, por eso, cada mañana le preguntaba dulcemente, – ¿Qué quieres comer mi amor? Y  él le decía, quiero sango de camarones, quiero meloso de pato, quiero una sopa de costillas.-  Ella, apenas él desaparecía por la puerta, corría donde su vecina y le preguntaba, cómo se hace el sango de camarones y luego que escuchaba con atención contestaba: – Ah, así mismo lo hago yo, ya lo sabía.-  Y corría a su casa a aplicar la receta de inmediato.-  Cada día, sucedía la misma cosa con los diferentes platos que se le antojaban a su marido.-  La vecina se estaba cansando de esta María Angula, mentirosilla, que se hacía la sabihonda culinaria y no aceptaba con agradecimiento y humildad sus indicaciones.  La vecina pensó en darle una lección.-   El día fue propicio para la dulce venganza cuando al marido de María Angula se le antojó comer un buen sancocho con hueso blanco de canuto.-

Ese día, como todos los días, María Angula voló a casa de su vecina ni bien su marido cerraba la puerta, para preguntarle cómo se hace el sancocho blanco.-  Mira, -dijo la vecina- ese caldo lleva un hueso super especial difícil de conseguir.  Tienes que ir al cementerio y sacarle el hueso de la pierna al muerto más reciente; cuando lo tengas, lo haces hervir muchas horas, con  ajo, cebollas, después le agregas el choclo, yuca, puré de verde. -Ah¡¡ dijo María Angula, eso era?  Yo también lo hago así, claro, no me acordaba, me sale muy rico.-  Se despidió de su vecina y voló al cementerio, buscó la tumba más fresca, desenterró al muerto y, claro, casi se muere del susto al ver su cara; pero, venció el deseo de cumplirle a su marido a su terror: cortó la pierna del muerto, rebanó la carne y salió corriendo con su hueso largo,  que puso a hervir con aliños, cebolla, pimiento para hacer un delicioso caldo.-   El marido esa tarde, alabó el delicioso sancocho.

Esa noche, al llegar a la media noche, un ruidito perturbador, una niebla helada rodeaban la casa y una voz que gemía y tronaba al mismo tiempo, comenzó a llamar: ….. María Angula…. María Angula…. María Angula —- María Angula…… devuélveme el hueso que te me robaste.-  María Angula…. María Angula….. devuélveme el hueso que te me robaste.  María Angula estaba aterrada mientras veía dormir plácidamente a su marido.-  Estos gemidos y ruegos lúgubres acompañados de ruidos fantasmales, se repetían cada noche mientras la niebla entraba en la casa y se hacía más espesa, a tal punto que María Angula la sentía y trataba de despegársela de su piel.  Esta historia se repitió una noche, y otra noche, y otra noche.- María Angula, María Angula, devuélveme el hueso que te me robaste decía fantasmalmente la niebla que se filtraba por las ventanas de baraja, enloqueciendo a María Angula que, con toallas y trapos pretendía tapar todas las rendijas, por las que se colaba el espíritu del muerto.

María Angula se puso flaca, ojerosa pues ya no dormía ni de noche ni de día.-  Al quinto día, el marido no encontró a María Angula en la cocina, ni en la cama ni en ningún lugar de la casa, ni en el patio ni donde la vecina ni en el pueblo:  el muerto se la había llevado.

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