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SAPOS, AMOR Y SAPADAS – Cecilia Calderón
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SAPOS, AMOR Y SAPADAS

SAPOS, AMOR Y SAPADAS

El sapo es un personaje en el campo, a quien se aprecia mucho.  Tiene unos ojos inmensos y saltones, parece que está siempre mirando y atento a lo que pasa y, sobretodo, para abrir su bocaza y sacar rapidísimo, como un rayo, una lengua larga con la que envuelve moscas, mosquitos y otros animalitos que colman su exquisito paladar.

Mi mamá contaba que su prima Emelinda, que vivía en el campo, una noche entró a bañarse en el cuarto de baño, que era bastante grande, con una tina con patas que quedaba al lado de un pequeño jardín interior al pie de una ventana alta.  Que cuando corrió la cortina, tuvo la sensación de que alguien la mirada. Contaba que la prima Emelinda se sentía incómoda hasta que se encontró con un enorme par de ojos que la miraban fijamente. El susto de Emelinda fue muy grande, no entendía cómo se había metido al baño ese sapo que la miraba impávido, con sumo interés.  El susto del principio se fue disipando al ver que el sapo no se movía lo que la hizo entusiasmar creyendo que era un príncipe encantado.   Cuando se acercaba para darle el consabido beso, el sapo saltó por la ventana que estaba abierta.  Tal fue la decepción de Emelinda de que se escapara su sapo encantado, que no se casó jamás, pues creyó que el príncipe la había encontrado fea.

Un día escuché a la Sra. Felicia contarle a mi abuela, que don Genaro había llegado bravísimo del monte, echando sapos y culebras por la boca, por algún suceso.-  No entendía yo, cómo podía ser eso si el tal don Genaro era un hombre pequeñito y enjuto que no podía tener tanta alimaña guardada en su boca. Después supe que eso quería decir, cosas malas, malas palabras. Me parecía injusto con el sapo ¡que hasta podía convertirse en príncipe!  Pero, la misma doña Felicia, cuando nos veía con la cara embarrada de algún dulce que ella mismo había hecho, nos decía: “Cara sucia se murió con un sapo en la barriga y su madre le decía, cara sucia de mi vida.” Con eso, corríamos a lavarnos la cara.

De esa mira intensa e impávida que tienen los sapos, se inventó el verbo “sapear”, esto es, estar pendientes de lo que hacen los otros.  Cuando juegan a las cartas, se advierten entre sí los jugadores, no me sapees!   Cuando las primas grandes conversan de enamorados y pasa la prima chica, se le advierte: cuidadito con estar sapeando.!!

Pero, también sapo se les dice a los sabidos, a los que se creen muy listos y consiguen prebendas haciendo alguna trampita.  No seas sapo, loco, se le decía a aquel que quería entrar primero en la rayuela o a saltar la soga, en lugar de respetar el turno. No seas sapo, al que iba a la cocina pidiendo la segunda porción de chucula, “porque me la lamió el perro.”

“A callarse ranas que va a hablar el sapo.”  Que odio que sentíamos las niñas cuando algún primo o vecino, un tanto mayor que los demás, pegaba este grito para imponer su juego preferido.  Claro, lo malo se aprende, decía mi mamá, y también repetíamos el mismo dicho con los hermanos menores.   Y hablando de hermanos menores, pues a ellos se los distraía cantando y haciéndoles saltar: “Sapito sapón, ponete calzón, no puedo mamita, porque estoy pipón.”

Lo cierto es que el sapo también era un oráculo de la llegada de las lluvias y, sobretodo, único remedio para curar la erisipela.-  La erisipela es una hinchazón rojiza, horrible y dolorosa al máximo que se produce generalmente en la pierna, difícil de curar.- en el campo, se manda a ver un sapo y se pasa su fría panza por la hinchazón.  El sapo se muere, pobrecito, pero se cura la pierna.  Cuando no da resultado, se pone sobre la hinchazón, una tijera abierta.

El SAPO también era un juego muy divertido. Consistía en una caja de madera grande, que tenía atrás una tabla inclinada.- Sobre la caja había un sapo de bronce con la boca abierta y otros orificios.  Uno se ponía a una distancia de cuatro o cinco metros y arrojaba unas fichas para que cayeran en la boca abierta del sapo.  La ficha rodaba a distintos casilleros con puntajes. Ganaba quien acertaba a la boca del sapo, que tenía el mayor puntaje.-  Típico que había un SAPO en las tiendas donde los chicos se entretenían cuando iban de compras.

Pero, el refrán que dice: “Qué culpa tiene la estaca si el sapo salta y se ensarta”, para mí es lo máximo, para enrostrar a aquellos que se meten en líos solitos y culpan a otros.

Para finalizar los cuentos de sapo, los dejo con una maravillosa poesía del dramaturgo español Alejandro Casona, que le encantaba recitar a mi tío Bolívar.

ENCANTO DE LUNA Y AGUA

 

La luna pesca en el charco
con sus anzuelos de plata.
El sapo canta en la yerba,

 

Y el cucú afila la voz

y el pico contra las ramas.

 

Con su gesto de esmeralda,
la rana, soltera y sola;

desnuda al borde del agua.
La luna, quieta y redonda

la rana sueña en el agua.
Cucú, cuclillo,
Rabiquín de escoba.
¿Cuántos años faltan
para mi boda?
Habló el cuco desde el árbol:
Rana pelona,
Chata y fondona,
si quieres maridar,
rana pelona,
fofa y buchona,
habrás de saber cantar …
Cantar y bailar
y llevar la luna
del agua en tu ajuar.
Estaba la rana
con la boca abierta;
le cayó la luna
como una moneda.
Chapuzón y al charco …
¡Hoy cantó la rana
un cantar tan blanco!
Dijo la rana: ¡Qué linda canción!
Dijo el sapo: De luna y amor.
Dijo la rana: De amor sin marido …
Dijo el sapo: Yo caso contigo.
Dijo la rana: Prendada me quedo.
Dijo el sapo: De gran caballero.
La rana tuvo un lucero …
¡Mi Dios, cómo lo besaba!
Todas las mañanas viene
a verlo la luz del alba.
¿Cuánto me das, lucerito,
por que te saque del agua?
Yo no quiero que me saques,
ni ser estrella de plata,
que yo tengo sangre verde
de yerbas y de espadañas.

¡Ay, mi casita de juncos,
ay, mi casita del agua,
ay, con macetas de luna,
ay, con barandales de algas! …
La rana tiende pañales
y el sapo toca la flauta.

 

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