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CUCARACHITA MANDINGA – Cecilia Calderón
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CUCARACHITA MANDINGA

CUCARACHITA MANDINGA

Cucarachita mandinga.-

Como contaban las cosas las abuelas, resulta que Ratón Pérez era un Don Juan, unas veces se casaba con la  Hormiguita y otras, con la Cucarachita Mandinga.- ¡Qué bandido este ratón tan feo! Conquistaba a dos señoritas tan diferentes pero que tenían en común que nadie quería verlas cerca de la casa. Pero, así son los cuentos.

La Tía Belén juraba que Ratón Pérez sólo se casó con la Hormiguita y que por goloso y glotón se ahogó en una olla grande de dulce. La Tía Matilde, en cambio, juraba que Ratón Pérez sólo se casó con la Cucarachita Mandinga y que igual se ahogó en una olla grande pero de colada.

Mientras la hormiguita era sólo hormiga, la cucarachita tenía apellido, era mandinga.  Suena bonito mandinga pero, en el argot campesino, EL MANDINGA era el diablo, que se te podía aparecer en la noche, cuando no te habías portado bien.  Se podía aparecer en las huertas, cuando por estar chapoteando en el río, no te dabas cuenta que el sol ya se iba a dormir. Se podía aparecer en la oscura, enorme y solitaria cocina donde sólo brillaba un rescoldo, cuando ibas a comerte algún manjar que habían guardado en el guardafrío.  ¡Qué miedo que nos metían con el mandinga¡

Pero, al diablo le pusieron Mandinga, por negro, pues así les decían a la gente de color,para demostrar menosprecio, ignorando que en la Africa ancestral, los mandinga eran un pueblo con mucha dignidad e historia. Mi abuelita que acogía a todos por igual, cuando alguien se daba aires de superioridad, basado en el color de la piel, decía: “Aquí no me vengan con cuentos puesto que el que no tiene de inga tiene de mandinga.”  Efectivamente, quiénes son los montubios sino los hombres y mujeres costeños producto del mestizaje.  Sin embargo, entre sus nietos habíamos unos más blanquitos y otros más morenitos; cuando íbamos a la playa, a los morenitos les rogaba, hijitos, no se queden tanto en la playa que se van a hacer tizoncitos. De regreso en la casa, a las niñas nos hacía poner agua de rosas con benjuí en la cara, para despercudirnos de la quemada del sol.

Y así crecimos, entre el encanto por una mandinga preciosa, con cartera y un lindo lazo rojo y el terror a un mandinga feo, cachudo, peludo, oscuro; con el agua de rosas y el benjuí y con la conciencia de un enriquecedor mestizaje.  Mientras tanto cantamos: La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta, porque le falta, la patita principal….

Un comentario

  1. Myra Holst dice:

    Bello cuento Cecilia. Se lo hemos contado a Ellen Marie hasta agotarnos. Le encantaba.

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