CUCHUCHO DEL AMOR
En casa de mi abuelita – enorme y con un patio inmenso, un jardín, una huerta con toda clase de árboles frutales, un gallinero, un pozo de agua, varias jaulas – conocí cuchuchos, cuzumbos, guatusas, pequeños felinos y muchas aves.
Me gustaba mucho el cuchucho, por feo y huidizo. Estaba allí, porque algún peón lo había rescatado cuando lo encontró herido bajo un árbol.
Cuchucho le decían a Alberto, un mocetón que andaba enamorando a todas las jóvenes de la hacienda y que tenía fama que también se metía con comadres. Yo no comprendía el por qué de este apodo si Alberto era un chico apuesto, extrovertido y nada parecido al feo y tímido cuchucho.
Doña Nativa, la vieja cocinera, me contó que el pene del cuchucho tiene un huesito y, si ese huesito se pone al sol, se lo puede raspar y, el polvito que sale de raspar el huesito era un potente estimulante para que los hombres puedan tener relaciones sexuales. Ese huesito era guardado muy cuidadosamente y podía durar años de años, si es que no lo prestaban a las vecinas.
Hace pocos años, un día que andaba por los campos de Quinindé, encontré que en una tienda vendían aguardiente de cuchucho. Pregunté a la doña que qué tenía ese aguardiente. Ya Uds. se imaginan, polvo raspado de hueso de cuchucho.- Así que ese aguardiente lo compraban como algo medicinal y, también me dijo Panchita, que así se llamaba la tendera, que cuando las parejas son mayores y tienen problemas de resequedad, se prepara el aguardiente de cuchucho con miel de abeja y se unta como cualquier pomada: santo remedio.-
Ahora comprendemos por qué ya no hay cuchuchos en el campo. Los biólogos deberían buscar criarlos en cautiverio para que se reproduzcan lo suficiente para tener felices a los mayorcitos y a sus parejas.